Luego de casi un año esperando la
oportunidad, finalmente logro llegar a Cairo, Egipto. 21 horas de viaje, dos
escalas, tres países y más de un revolcón a mi maleta, fueron compensados en la
llegada.
Ya sabía de los obstáculos a los que me
enfrentaba, la mala cara que algunos extranjeros ponen al escuchar nuestra
nacionalidad y sobre las bromas de mal gusto que la mayoría hace, justo en el
momento que cualquier paisano intenta exponer lo bueno de la tierrita, en medio
de una conversación.
Recuerdo el miedo
intenso que sentía en Barranquilla al momento de empacar, no quería tener ningún
inconveniente. Y es que me prive de meter muchas cosas que ahora realmente
extraño; harina para las arepitas, talco para los pies y hasta un tratamiento a
base de keratina que heroicamente metí, pero que me quitaron en el aeropuerto
de París.
Parecerá de primípara, pero es
mejor prevenir que lamentar. No obstante, ni con tantas precauciones logras
evadir una mala experiencia. Y es que la emoción de estar en el aeropuerto
egipcio, se convierte en pánico.
El hombre que revisa mi pasaporte, le grita a otro, - colombian!, me
sacan de la fila y el interrogatorio comienza, en un inglés que más bien parecía
árabe, me exigen papeles que soporten lo que digo, una larga fila de viajeros
me observa, todo esto, con una maleta de casi 30 kilos, un morral de por lo
menos 20 kilos y una carpeta que parecía folio de registraduria en mis manos. Las
palabras se enredan, se olvidan los casi 3 años
de inglés que aprendiste en el curso de los sábados, te sientes culpable pero
no sabes ni porque, y al final, tu corazón se desacelera cuando con un mal
gesto, te dicen que puedes seguir.
El momento que se supone deberías disfrutar y sentirte realizada, se
convierte en desilusión. No debería de ser así, el esfuerzo y dinero que se invierte
es mucho como para perder esa sensación.
Mientras más tiempo pasaba, mas disfrutaba esta aventura, sin embargo, el
fantasma de Pablito siempre reaparecía. Tratando de cambiar euros, el que
atiende se entera que soy colombiana y dice, -oh! Colombian, do you
want hashish?, i have it!, me respondio sonriente.
Dias despues, cuando ya creia que no podia sorprenderme otra insinuación sobre lo drogadictos
y capos que podemos llegar a ser, mis parceritos y yo, decidimos realizar una fiesta al 'colombian
style'; salsa, merengue, ras tas tas, vallenato del cacique, champetica y hasta
el típico arroz con pollo y papitas fritas de toda celebración nuestra.
Llegaron ucranianos, brasileros, indios, rumanos, y un nigeriano, todos se
dieron cuenta que con orgullo usábamos la camiseta de la selección y nuestra
hermosa bandera colgaba en la ventana. Uno de ellos se acerca y 'bromea'
diciendo, - oye, pero a la bandera de ustedes les falta el blanco!, estas en
nuestra fiesta, comiendo nuestra comida, escuchando nuestra música y te atreves
a decirnos eso?, los colombianos merecemos respeto.
Luego de escuchar tanta 'bascuencia' junta, yo reflexiono y me pongo a
pensar que debí haber dicho o hecho en los momentos que nos intentaron recordar
las andanzas de Pablito. Ahora concluyo que lo mejor, es hacerles entender que
para nosotros eso NO es una broma ni TAMPOCO nos enorgullece, por el contrario,
es como si bromearas con un alemán sobre los nazis, te burlaras en la cara de
un ucraniano por dejarse joder de Rusia, insinuaras que los soldados
estadounidenses desperdician su vida y tiempo en Irak, y discriminaras a Grecia
por estar en la inmunda, NO es agradable escucharlo y raya en lo descortés,
nadie se atreve a bromear con esos temas, pero si atribuyen a un colombiano
trabajador, estudiante o simple turista, el hecho de ser el capo de un cartel.
De ahora en adelante, cada vez que me cruce con un extranjero e intente
bromear con el tema de las drogas, no me reiré, y con el mismo gesto que nos
hacen en las embajadas al solicitar visa y en los aeropuertos al mostrar el
pasaporte les diré, que sea colombiana NO significa que sea drogadicta o
traficante, por lo tanto, tu comentario no me hace gracia, ok.